Era un cadáver. Eso convinieron todos los presentes,
trajeados, encorbatados y macilentos. Definitivamente era un cadáver, y se
hacía especialmente difícil para todos los presentes que lo rodeaban establecer
desde cuándo lo era, o si lo había sido siempre. Pero pronto se llegó a la
conclusión de que aquella era una cuestión menor, e incluso irrelevante. Allí
había un cadáver, sí, pero un cadáver que pagaba religiosamente. Aunque hubiera
que moverle los brazos para ello. Lejos de inquietarse, a los acreedores la
labor del marionetista les resultaba muy satisfactoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario