- Definitivamente – concluyó Víctor, con algo más que
obvia satisfacción y carne aún mal masticada en la boca -, este pastel de carne
está delicioso, Carina. Te lo deletreo: de-li-cio-so.
- Pero eso no es deletrear, Víctor – replicó ella,
riendo.
Había empezado desde largo el juego de la seducción,
y Carina parecía conocer todas las reglas, desde la garganta hasta el colon. Desde
el principio había demostrado ser la perfecta maestra de ceremonias, conocer
todos los entresijos del filtreo y del arte del amarre culinario. Víctor, por
su parte, no tuvo ningún reparo en dejarse anudar por esas lisonjas
comestibles. Si comenzar la conquista a un hombre por el estómago era un
cliché, Carina lo cumplía a rajatabla con innegable efectividad, y Víctor se no
tenía ningún problema en dejarse dominar por completo. El manjar era muy
disfrutable, y de hecho disfrutado; no dejó de dar cuenta del pastel de carne
aún bajo la atenta y nada incómoda mirada de la anfitriona, que a veces jugaba
a atragantarle rozándole bajo la mesa una pierna con un pie descalzo. Acalorado
por mucho más que la digestión, Víctor buscó una civilizada vía de escape.
Tragó un último trozo y abundante agua antes de una curiosidad tan sincera como
bien pensada.
- ¿Y… cuál es el secreto? ¿Qué lleva?
- Oh. Solo alguna especia bien medida, lo justo de
sal… – respondió ella despreocupadamente, rizándose el pelo con los dedos -. Y
a mi ex.