Los nuevos
tiempos exigían nuevos condicionamientos, explicaba el director. O, mejor
dicho, los exigían las madres. La nueva
demanda de niños rubios respondía al alza y nuevo impulso del cine ario
en la costa mediterránea europea y en el este de los Estados Unidos, cuando
hasta hacía pocos años había triunfado sobre todo en Europa central y norte y,
a la fuerza, en Rusia.
Era un proceso
sencillo, explicaba el director. Podrán verlo por ustedes mismos. Observen este
grupo de jóvenes. Van a ser inyectadas.
Las observamos y
nos sonrieron. Alguna alzó el brazo.
Niños rubios
como los de las películas.
Dos filas de
jóvenes italianas, vestidas todas ellas con batas con osos de peluche y
margaritas estampadas, recibían pinchazos en los brazos izquierdos mientras el
director del centro comentaba que el margen de error se había reducido solo
hasta un 0,5%. En la práctica, todos los niños nacían ya rubios. A modo de
anécdota, el director dijo que en Berlín empezaban a imponerse los castaños muy
claros.
Pero Berlín, ya
saben, apostilló sonriendo, siempre va un poco por delante. Siempre es otra
cosa.
Estamos a punto
de conseguir abaratar aún más el proceso, continuó. Querríamos que dentro de
cinco años estos condicionamientos fueran un derecho asistencial más, una garantía
para toda la población.
¿Por qué se les
iba a prohibir tener niños arios, aún en apariencia? Sería bárbaro. Cruel.
Todos admiramos algo, al fin y al cabo.
Las madres
futuras no perdían la sonrisa ni cuando la larga aguja casi parecía
atravesarles el brazo de lado a lado. Debían de imaginar a sus retoños como en
las películas de Leni Riefenstahl.
¿Y hay riesgos?,
preguntó alguien. Casi nulos, respondió el director, desde hace un par de años.
Antes teníamos ciertos problemas. Desarrollábamos desajustes hormonales en las
receptoras. Un grupo de mujeres mexicanas, durante las primeras fases del
experimento, hace ya algunos años, amaneció con el vello púbico absolutamente
descolorido. Fue a peor, pues toda esa remesa de niños nació muerta y creo, y
digo creo porque no seguí personalmente esa etapa del proyecto, que quedaron
estériles.
Hoy los riesgos
ya no existen. Pueden ver las caras de estas mujeres. Sus hijos nacerán sanos,
fuertes, rubios. Esto es lo que hemos hecho por ellas y por el resto del mundo.
Esto es lo que tienen que agradecernos. Mírenles las caras.
Pudimos verlas
un poco antes de pasar definitivamente ese cristal y pasar a otra sala. Vimos
también, tras ellas, un viejo cartel de reclutamiento de la Wehrmacht en una
pared.