viernes, 16 de enero de 2015

Todos los niños nacen rubios

Los nuevos tiempos exigían nuevos condicionamientos, explicaba el director. O, mejor dicho, los exigían las madres. La nueva  demanda de niños rubios respondía al alza y nuevo impulso del cine ario en la costa mediterránea europea y en el este de los Estados Unidos, cuando hasta hacía pocos años había triunfado sobre todo en Europa central y norte y, a la fuerza, en Rusia.
Era un proceso sencillo, explicaba el director. Podrán verlo por ustedes mismos. Observen este grupo de jóvenes. Van a ser inyectadas.
Las observamos y nos sonrieron. Alguna alzó el brazo.
Niños rubios como los de las películas.
Dos filas de jóvenes italianas, vestidas todas ellas con batas con osos de peluche y margaritas estampadas, recibían pinchazos en los brazos izquierdos mientras el director del centro comentaba que el margen de error se había reducido solo hasta un 0,5%. En la práctica, todos los niños nacían ya rubios. A modo de anécdota, el director dijo que en Berlín empezaban a imponerse los castaños muy claros.
Pero Berlín, ya saben, apostilló sonriendo, siempre va un poco por delante. Siempre es otra cosa.
Estamos a punto de conseguir abaratar aún más el proceso, continuó. Querríamos que dentro de cinco años estos condicionamientos fueran un derecho asistencial más, una garantía para toda la población.
¿Por qué se les iba a prohibir tener niños arios, aún en apariencia? Sería bárbaro. Cruel. Todos admiramos algo, al fin y al cabo.
Las madres futuras no perdían la sonrisa ni cuando la larga aguja casi parecía atravesarles el brazo de lado a lado. Debían de imaginar a sus retoños como en las películas de Leni Riefenstahl.
¿Y hay riesgos?, preguntó alguien. Casi nulos, respondió el director, desde hace un par de años. Antes teníamos ciertos problemas. Desarrollábamos desajustes hormonales en las receptoras. Un grupo de mujeres mexicanas, durante las primeras fases del experimento, hace ya algunos años, amaneció con el vello púbico absolutamente descolorido. Fue a peor, pues toda esa remesa de niños nació muerta y creo, y digo creo porque no seguí personalmente esa etapa del proyecto, que quedaron estériles.
Hoy los riesgos ya no existen. Pueden ver las caras de estas mujeres. Sus hijos nacerán sanos, fuertes, rubios. Esto es lo que hemos hecho por ellas y por el resto del mundo. Esto es lo que tienen que agradecernos. Mírenles las caras.
Pudimos verlas un poco antes de pasar definitivamente ese cristal y pasar a otra sala. Vimos también, tras ellas, un viejo cartel de reclutamiento de la Wehrmacht en una pared.

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