Al poco de iniciarse la supremacía tronista, los que
aún quedaban libres de su influjo trataron de refugiarse en lo que ingenuamente
consideraron lugares vedados a
aquella: bibliotecas, teatros, museos… Allí iniciaron desesperadas clausuras
que, a la larga, devinieron infructuosas. Los tronistas, creyendo que se
trataba de algún nuevo reality show,
acudieron en masa a los últimos santuarios para convertirse en fiel audiencia. Los ingenuos exiliados fueron
de este modo acorralados, y conminados por la turba a nominarse entre ellos.
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