miércoles, 4 de diciembre de 2013

John Bonham

No habían dado ni las dos de la madrugada y ya estaba allí vomitando, solo. Porque yo para eso no contaba, y estaba muy bien y muy cómodo en la distancia, viendo cómo se lamía las heridas. Así que no me vio, y eso que estaba fumando en la acera de enfrente, y se me tenía que ver como un punto rojo y ardiente en la penumbra. Un espía cancerígeno.
Mientras la resaca jugaba a matarlo el día siguiente, me contó que se le había aparecido John Bonham mientras echaba sobre la carretera hasta los hígados, y que tuvieron un amago de conversación, aunque no me quiso decir de qué hablaron exactamente. Esta parte me consta como cierta, apareciera realmente el baterista o no, porque le escuché murmurar esto y aquello cuando le dejaban las ráfagas de vómito.
Así que ese patético amasijo de excesos que aún era mi amigo tuvo una revelación. Él lo llamó así. Revelación. De esas que te cambian la vida, aclaró.
“Bonzo… rock and roll… Bonzo”.
La cosa prometía. Pobre capullo.
“¡No! No. Clewer no. Yo… allí no, dame una oportunidad. No he bebido vodka”.
Y se revolvió como un niño aterrado, con las manos en la cabeza y pegándose a la pared. Empezaba a pensar que Bonham era – o había sido – un hijo de puta cuando mi amigo empezó a sollozar.
“No miro a la muerte. Solo soy un chico tímido y… desconectar… me pesa el cerebro todos los días… volar. Me siento muy solo, Bonzo. Me siento muy… mal. Mis tripas…”.
Y más gilipolleces que no entendí en ese momento porque balbuceó algo que sonó a líquido precediendo a otra ráfaga gástrica. Movió la cabeza como si alguien le diera palmadas en la nuca, y yo empecé a pensar que teníamos un nuevo Tylder Durden en la ciudad.
“Qué fatalidad”.
A veces sintetiza muy bien.
“¡Moby Dick!”, gritó, alzando los brazos. Como si alguien le cogiera por ello, se levantó de un salto y empezó a hacer como que tocaba la batería. “Eres un ídol… ¿qué? ¡No…!”.
Justo cuando mejor lo estaba pasando, John Bonham tuvo que decirle algo que le hizo desplomarse sobre una pared y le arrancó otro llanto. A mí ya me tenía del todo conmovido y con el corazón en un puño, pero algo me decía que era mejor dejarle estar, tratarle como un sonámbulo, y esperar que se golpeara la cabeza al resbalar con sus propios desechos para llevármelo de allí.
“Es que… echo de menos a Mimi”.
Ni puta idea de qué o quién es.
“Lo peor, lo peor de todo, será cuando no tenga más con lo que quemarme el cuerpo y decida que ya fue suficiente. Entonces igual, igual, ya es tarde. Igual ya… muy roto… partido. Me da miedo y frío. Tengo frío, John. Mis tripas se van abajo”.
Y la respuesta de “Bonzo” tuvo que ser implacable, porque lloró más que nunca
En algún momento de toda esta sarta de idioteces llegó una revelación, y me molesta que me fumara tantos cigarrillos esperando ver algo que luego se quedó en nada.

Este imbécil, guiado por John Bonham, ha dejado de beber. Yo por ahora espero a que se me aparezca George Harrison para dejar de fumar.

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