«¡Te sangra la nariz!», gritaron, en algún caso con
vivos aspavientos. Y era cierto, Sandra Parma sangraba mucho, pero no le
importaba. Atravesó así la calle Orfao, rodeada y observada por muchos pares de
ojos curiosos y sorprendidos, con el mentón alzado y un incómodo regusto a
sangre en los labios. Una ambulancia pasó a toda velocidad junto a ella en la
dirección opuesta. Solo un par de calles más allá, al ya por entonces ex novio
de Sandra también le sangraba mucho la nariz, llenando de pequeñas y no tan
pequeñas manchas el capó deformado del coche que le había aplastado la cadera. Los
testigos no pudieron dar ningún tipo de explicación coherente: una pareja
discutiendo, un coche vacío, detenido y estacionado que se movió solo, aquel
pobre muchacho pegado a la pared. Si los estertores le hubieran permitido
hablar, el joven Tomás habría aclarado que Sandra no llevaba bien las
infidelidades.
Valga una sangradita de nariz, el amor...
ResponderEliminarEs que hay gente que se toma demasiado a pecho una nimiedad como la infidelidad, si es algo de lo que no podemos escapar, como la muerte: ambas presentes en este texto, ¿no?
ResponderEliminarAbrazos.
¿Alguien sabe tomarse a bien las infidelidades?
ResponderEliminarJ.