Nadie pareció darse cuenta. Una legión de avezados periodistas
no fue capaz de descubrirlo. Los doctores callaron como se callan los
verdaderos secretos de Estado. El detalle había pasado inadvertido, como estaba
previsto. Pero aún así era necesario comprobarlo. El futuro de la institución
estaba en juego. Ningún fleco podía quedar despuntado, ningún cabo suelto. Así
que, pese a las reticencias del Gobierno, los técnicos finalmente sometieron
al monarca al test de empatía y al resto de pruebas. Por ejemplo, en respuesta
a una serie de imágenes cuya temática central era el desahucio y demás dramas sociales,
su majestad no ofreció reacción alguna. Nula dilatación de las pupilas.
Irrisorio aumento de la frecuencia respiratoria; nada que no se esperara con
antelación. El resultado general, pese a todo, fue satisfactorio. Quedaban aún
ciertos problemas de programación, inevitables por otro lado, especialmente en
lo que se refería a movilidad y habla; también un leve pero inoportuno, por
claramente antinatural, brillo en los ojos. Pero todos ellos podrían
solucionarse completamente en unos meses. Todo estaba ensamblado y bien
ensamblado, al fin y al cabo.
La continuidad de la Corona había quedado asegurada.
Al autómata no se le había programado para abdicar.
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