Entró rompiéndolo todo, quebrando todo lo que yo fui.
Lo que rasgó de mí quedó impregnado en un olor tan desagradable como
irrelevante; común y repelente, pero ignorado al final. Y cruzó trazando con
maestría el diámetro que me había regalado la genética, el que me había
pertenecido por derecho de nacimiento. Yo aún la sentí cuando terminó de
abrirse paso y vino a nacer de nuevo entre mis ojos.
La vi salir y nada más. Ya estaba muerto.