No está yendo mal la cosa, la verdad, pero el
escribiente no puede dejar de pensar que igual, tal vez, y sólo quizá, la
presión no valga tanto la pena. Total, para un puñado de líneas, un manojo de
letras, ese miedo tan enraizado que le está recorriendo el espinazo de arriba abajo
y le tensa los dedos.
- ¿De verdad es necesario?
Se atreve a cuestionar, con la osadía de la
impaciencia, y la primera respuesta es el inconfundible y crujido metálico de
un percutor.
- Calla. Y sigue escribiendo.
Nota el escribano el pequeño frío en la coronilla. Resulta
que es incapaz de recordar si se trataba de un revólver o de una
semiautomática. Qué mala memoria, y qué decepción. Pero ahí está. Ahí están.
- Eres un poco brusca para ser una musa, ¿no?
El pequeño frío le empuja ligeramente la cabeza hacia
adelante.
- Crecí en un barrio difícil. Sigue escribiendo.
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