El tipo vestido de riguroso negro, el del cortaúñas hiperbólico
y el aliento de hielo, juntó las puntas de los dedos mortecinos y rió por lo
bajo a través de una sonrisa que nadie podía ver, y no precisamente por ceguera
colectiva del respetable. Habló con profunda suficiencia.
“Ya dije que nadie estaba a salvo”.
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