Vestían buenas vestiduras, ropas muy sugerentes,
aquellos esqueletos amontonados a cientos en las calles calladas, e imaginó las
piernas tersas de las muchachas y las rodillas angulosas de los muchachos al
descubierto, cubriendo lo que para entonces ya no era más que hueso amarillento
y carcomido. Supuso que el fin les pilló en verano, o como poco en una
primavera generosa, y de algún modo aquello le sirvió como un consuelo
ligeramente indiferente.
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