Este Fulano, de apodo relevante para los hechos que
ocupan, tuvo a bien o a mal mirarse un día en un espejo, más por casualidad que
por propia voluntad. Y este Fulano, después-casi-enseguida, tuvo a bien o a mal
recoger un martillo y emprenderla a golpes con el cristal hasta que lo hizo
añicos. Los testigos le sujetaron como pudieron los brazos y, obviamente,
preguntaron a este Fulano un porqué. Respondió que el que había al otro lado no
podía ser él, no podía ser un simple reflejo, porque no por nada le llamaban a
él el Triste, y lo que le devolvía el cristal sonreía ampliamente. El extraño,
por decirlo suavemente, le irritó. Y del espejo quebrado surgió la sangre de
algo que efectivamente pudo haber estado vivo.
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