Y así fue como un furioso Áyax despedazó con extrema
violencia al ganado, creyendo que en realidad estaba descargando su cólera
sobre banqueros, accionistas y demás ralea acreedora y extranjera. Y nunca
llegó a saber que el engaño no lo conjuró Atenea, sino una oportunísima reunión
de ministros.
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