Demasiado tarde, entendieron los ejecutivos,
directivos y demás mandamases de corbata que, más que un dramático descenso de
audiencias y publicidad, se encontraban ante un genuino homenaje a la
revolución, ante un asalto a la Bastilla redivivo, cuando en el horizonte
nocturno vieron aparecer las antorchas encendidas y los hierros al aire. Era la
masa tronista que, colérica, estaba reclamando su soberanía, y a la que el
mando a distancia se le había quedado pequeño para alzar y hacer ver sus
reivindicaciones.
Sobre las cenizas de un canal de televisión, la masa
tronista exigió la readmisión de su heroína
popular, una concursante de uno de tantos formatos de telerrealidad a la
que se había considerado injustamente expulsada.
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