Escupimos a Dios. Le azotamos. Le colocamos espino
sobre la cabeza. Luego le hicimos cargar con el madero hasta el Gólgota y al
final le colgamos en él, dejándolo agonizar y morir.
Sufrió. Sufrió mucho, Dios.
Qué no haremos con el dichoso cordero, si encima sabe
mejor.
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