Fruto de un macabro y retorcido azar, todos los seres
humanos, ya por entonces irremediablemente mudos por atrofia, perdieron casi al
mismo tiempo los cargadores de sus teléfonos, dependientes aún de los caprichos
de la electricidad y la electrónica. Baterías bajo cero, pantallas negras,
disfuncionalidad. Aislamiento social. Y, ay, de la comunicación.
Ay, de los mudos.
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