No siempre prevalecieron, y durante un tiempo se les
pudo observar con curiosidad y suficiencia. En el prólogo de la supremacía tronista, cuando ésta aún no
era ni una leve sospecha, reconocidos neurólogos trataron de determinar el
funcionamiento cerebral de esta nueva división de la especie: los tronistas. Los voluntarios fueron
reclutados con la promesa de que asistían a un casting de telerrealidad; la lente de una cámara frente a sus
rostros fue suficiente para rebajar las dudas de los más suspicaces que, por
otro lado, fueron pocos.
Se puede decir que el examen cerebral fue, en nombre
de la ciencia, de dudosa ética y moralidad, pero es innegable que sus
resultados arrojaron cierta luz sobre las tinieblas tronistas. Así, se
descubrió que los sujetos puestos a prueba eran inmunes a casi cualquier
estímulo sociocultural, pero que ritmos musicales basados en composiciones
carentes de toda complejidad como “chunda
chunda” o “chis pum, chis pum”
elevaban la actividad cerebral por encima de lo que hasta entonces se creía
posible en un ser humano estándar.
Las conclusiones no fueron celebradas. Poco después
empezó todo.
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