Consabido era por todos que la mano derecha nunca
podía enterarse de lo que había hecho la mano izquierda. Esto se cumplió
durante un tiempo, y se cumplió relativamente bien. Pero el resto del organismo
no tardó en llegar a la conclusión de que aquel mantra se había hipertrofiado.
Para algunos fue preocupante; para otros, simplemente monstruoso. Pero lo
cierto es que, sin que nadie se percatara de ello, el ansia de secretismo había
multiplicado las manos izquierdas, y aquella Hidra de palmas clamaba, cada una
de ellas, por ser el único y verdadero adalid de su hemisferio.
Estaba claro que se les había ido de las manos.
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