Se llamó La
rebelión de los camellos, y el eufemismo no consiguió esconder la violencia.
Las Majestades supervivientes tuvieron que llegar a pie, exhaustos y aterrados.
Pidieron agua, y la pidieron por favor, arrodillados y desencajados sus rostros
intemporales.
Se habían cambiado las tornas.
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