Y la marabunta de arribistas dirigentes se tuvo que
abalanzar sobre el Señor Presidente en clara actitud de contención cuando éste,
súbitamente inflamado de ánimo y piel (al menos, que se supiera, nadie
recordaba aquel tono granate vivo entre sus poros), dio fe de su sincera
intención de golpear con su periódico deportivo de la mañana – debidamente enrollado,
por aquello de maximizar el daño – a uno de sus asesores, cuyo pecado capital había
sido asegurar, con mucha solemnidad, que “creo, señor Presidente, que podemos revertir esta situación. Podemos, señor Presidente”.
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