El abnegado funcionario un día abandonó taciturno y
hundido el despacho del excelentísimo señor Ministro. Durante días no fue el
mismo hombre ni la misma persona, aún en los sufridos estándares de un entregado
funcionario de carrera, siempre pendiente de los caprichos de las cambiantes
ejecutivas elegidas por el soberano pueblo. Al parecer, según explicó a
aquellos que se interesaron, había perdido la fe en su propia especie en el
mismo momento en el que el excelentísimo señor Ministro había ordenado que la
Justicia le llevara el café.
Solo y sin azúcar.
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