Apasionados de la lectura y especialmente de los
clásicos, se llamaban, cuando a mí no me resultaron más que sádicos retorcidos
y demagogos. Al fin y al cabo, dijeron para justificar por qué querían
desenterrar a Rubén Darío (que por fortuna duerme aún ajeno a tanta tontería
insana), queremos que el maestro sepa por qué está triste la princesa.
Sonrieron mucho. Esos sofistas.
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