El psiquiatra, principalmente, quiso saber por qué, e
insistió mucho en ello. Por qué retorcía los cuellos de sus víctimas de esa
manera o, más bien, por qué lo hacía tantas veces, con tantas vueltas y con
tanta saña.
Respondió con mucha sinceridad que no sabía o no
estaba seguro de saber, aunque comentó que solía venirle a la cabeza un
recuerdo infantil que, enterrado, había sobrevivido a la devastación que horas
de cultura televisiva habían provocado en su memoria. Que su padre, cuando era
solo un niño, le recordaba con bastante frecuencia que cerrara con fuerza las
botellas de refrescos para que no perdieran el gas.
Muy lógico, un psicópata con un razonamiento impecable, ojalá todos fueran así.
ResponderEliminarAbrazo.
HD
Es muy cierto y curioso que nuestra mente albergue recuerdos sútiles de nuestra infancia, aparentemente insignificantes e inofensivos, pero que de algún modo quedan anclados para más tarde aflorar (algo distorionados a veces) a la realidad.
ResponderEliminarPor eso de que los detalles son tan importantes, la gente no suele darle importancia, y la tiene.
Un saludo afectuoso, Enrique.