No habían dado
ni las dos de la madrugada y ya estaba allí vomitando, solo. Porque yo para eso
no contaba, y estaba muy bien y muy cómodo en la distancia, viendo cómo se
lamía las heridas. Así que no me vio, y eso que estaba fumando en la acera de
enfrente, y se me tenía que ver como un punto rojo y ardiente en la penumbra.
Un espía cancerígeno.
Mientras la
resaca jugaba a matarlo el día siguiente, me contó que se le había aparecido
John Bonham mientras echaba sobre la carretera hasta los hígados, y que tuvieron
un amago de conversación, aunque no me quiso decir de qué hablaron exactamente.
Esta parte me consta como cierta, apareciera realmente el baterista o no,
porque le escuché murmurar esto y aquello cuando le dejaban las ráfagas de
vómito.
Así que ese patético
amasijo de excesos que aún era mi amigo tuvo una revelación. Él lo llamó así.
Revelación. De esas que te cambian la vida, aclaró.
“Bonzo… rock and roll… Bonzo”.
La cosa prometía.
Pobre capullo.
“¡No! No. Clewer no. Yo… allí no, dame una
oportunidad. No he bebido vodka”.
Y se revolvió
como un niño aterrado, con las manos en la cabeza y pegándose a la pared. Empezaba
a pensar que Bonham era – o había sido – un hijo de puta cuando mi amigo empezó
a sollozar.
“No miro a la muerte. Solo soy un chico tímido
y… desconectar… me pesa el cerebro todos los días… volar. Me siento muy solo,
Bonzo. Me siento muy… mal. Mis tripas…”.
Y más
gilipolleces que no entendí en ese momento porque balbuceó algo que sonó a
líquido precediendo a otra ráfaga gástrica. Movió la cabeza como si alguien le
diera palmadas en la nuca, y yo empecé a pensar que teníamos un nuevo Tylder
Durden en la ciudad.
“Qué fatalidad”.
A veces
sintetiza muy bien.
“¡Moby Dick!”, gritó, alzando los
brazos. Como si alguien le cogiera por ello, se levantó de un salto y empezó a
hacer como que tocaba la batería. “Eres
un ídol… ¿qué? ¡No…!”.
Justo cuando
mejor lo estaba pasando, John Bonham tuvo que decirle algo que le hizo
desplomarse sobre una pared y le arrancó otro llanto. A mí ya me tenía del todo
conmovido y con el corazón en un puño, pero algo me decía que era mejor dejarle
estar, tratarle como un sonámbulo, y esperar que se golpeara la cabeza al
resbalar con sus propios desechos para llevármelo de allí.
“Es que… echo de menos a Mimi”.
Ni puta idea de
qué o quién es.
“Lo peor, lo peor de todo, será cuando no
tenga más con lo que quemarme el cuerpo y decida que ya fue suficiente.
Entonces igual, igual, ya es tarde. Igual ya… muy roto… partido. Me da miedo y
frío. Tengo frío, John. Mis tripas se van abajo”.
Y la respuesta
de “Bonzo” tuvo que ser implacable, porque lloró más que nunca
En algún momento
de toda esta sarta de idioteces llegó una revelación, y me molesta que me
fumara tantos cigarrillos esperando ver algo que luego se quedó en nada.
Este imbécil,
guiado por John Bonham, ha dejado de beber. Yo por ahora espero a que se me
aparezca George Harrison para dejar de fumar.
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