Antes del funeral, reuní a sus hijos y expuse
claramente el asunto. Que, pese a la edad, yo la seguía amando con locura, y
que la había amado siempre, desde que siendo niños nos cogimos la mano por
primera vez. Que el mundo se me haría difuso y disperso sin ella, y que lo
había meditado todo lo posible. Que me hizo prometer que siempre estaría cerca
y claro, siendo yo hombre de palabra... Que estaba seguro de que a su marido no
le importaría, si es que alguna vez ella le importó. Que no tendrían que pagar
dos sepelios, y que pretendía abrazarla tanto, y tan fuerte, que en el ataúd
ocuparíamos el sitio de uno, para siempre.
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