Calista y Juliana se entretuvieron acompañando el té
con menudencias banales posteriores a la farándula:
- Y resulta – dijo Calista – que ahora, a estas
alturas, mi marido quiere niños.
- ¿¡Qué me dices!? – Juliana se llevó una pudorosa
mano a la boca, sin poder disimular el asombro. Ni querer, por respeto.
- Tal como lo oyes. Y para más inri, querida, no los quiere míos. Quiere los de otros.
- ¿Ah…?
Habiéndose percatado de la perplejidad de su amiga,
Calista se vio obligada a explicarse.
- Los quiere en
el sótano, querida.
- ¡Ah…!
Volvieron tranquilamente al té, y pasaron a hablar de
vestidos de otras.
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