Creyeron los sudorosos y sofocados enamorados que lo
que contemplaron extasiados fueron estrellas fugaces, y siendo así entrelazaron
sus pegajosas manos y pidieron los deseos de rigor, con los ojos apretados y
las sonrisas desbordadas. Pero no, nada de eso; se trataba, y en su felicidad
nunca lo supieron, de mosquitos ardiendo. Insectos en llamas que se
precipitaban agonizantes hacia el suelo.
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