Y escuchamos entonces el triste y sumamente
contagioso fado de la vieja, triste y
sumamente contagiosa patria, que empezaba con aquello de «Tuvimos que tirar tal
vez con bala, y hacer una Revolución de Hierro, que no se secara. Tuvimos que tirar
al que seca los claveles».
El auditorio, nostálgico, escondió la cara en una
mano abierta, y aquello hizo las veces de aplauso mudo. El vecino ibérico, con
disimulo, hizo sin merecerlo lo mismo.
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