El señor Romero,
al llegar una mañana a las oficinas en las que trabajaba, encontró a una de las
mujeres de la limpieza, Encarnita, llorando a lágrima viva en las escaleras,
totalmente de los nervios y al borde de la histeria. Ante esta estampa, el
señor Romero le preguntó qué ocurría. A Encarnita solo le faltó arrancarse el
pelo de tanto tirar de él, pero el señor Romero, lejos de intentar disuadirla
de cometer una locura – con lo poco que le quedaba para jubilarse -, la dejo
hacer, porque entendió que los nuevos tiempos implican nuevas modas en el mundo
del estilismo, del que se confesaba sin pudor totalmente profano. A su edad.
- ¡¡Hay un
hombre decapitado ahí arriba!!
El chillido
seguramente llegó a los empleados castigados encerrados en el sótano. Pero el
señor Romero, todo un administrativo de primer nivel, lo tomó con bastante
estoicismo, y reflexionó en voz alta las conclusiones. El camino que hemos
andado. Los pasos que hemos seguido. Lo que hemos visto por el camino. Etc.
- Vaya. Entonces
supongo que la cabeza de la puerta no es decorativa.
La integridad personalizada, el Sr. Romero.
ResponderEliminarExcelente.
Saludos
J.