Era un hombre
con buen porte, buena apariencia, una sana intelectualidad, especialmente
incisiva para la tarea docente, y un gusto reconocidamente elegante para
vestir, pero un día descubrí por casualidad en su cartera de piel un filo de
tamaño nada despreciable, una navaja simple y, acorde a su estilo, incluso
distinguida, si se puede usar ese adjetivo con este tipo de punzantes ingenios.
Como no podía ser de otro modo, y cualquiera puede comprenderlo, me pudo
enseguida la intriga, y no pude obviar la pregunta de rigor. ¿Qué hacía allí,
precisamente allí, un cuchillo de tantos y tan amenazados dedos de longitud? Y,
sin ninguna alteración o réplica a la indiscreción, contestó con mucha
parsimonia que hacía unos pocos días el señor Ministro del Interior había
acudido a nuestra amada Universidad con motivo de unas interesantísimas
conferencias, que le tuvo cara a cara y que, desgracias y amarguras de la vida,
se vio desarmado, pero que no tenía pensado volver a dejar pasar esa
oportunidad.
Es como aquello que decía Chejov de que siempre que aparece un arma en una obra acaba siendo disparada. Por lo menos imprescindible tener el arma...Un abrazo
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