Entró en la sucursal bancaria con la seguridad que exhiben los legítimos pero las puntas de los zapatos manchadas. Pacientemente esperó su turno; la cola era corta. Avanzó paso a paso hasta el mostrador. Cuando llegó a esa costa, las pupilas del amable oficinista se ensancharon, y su piel se tensó mientras perdía el color.
- He venido a sacar dinero de la cuenta de mi tía Consuelo.
El cajero humano, descompuesta la cara, y temblando incluso la corbata, intentó reconducir su vida intentando hacer bien su trabajo.
- Necesito... su carnet... de identidad… El de ella. El de su tía Consuelo.
El suelo de la oficina también se manchó. Algunas molestas gotitas coloradas (plic-plic-plic) se dejaban caer desde el pliegue medio doblado de aquella piel sobre otra piel. Cara sobre cara. Parte de la tía Consuelo sonrió con desgana cuando la cara de debajo lo hizo con más intención y cierta condescendencia.
- No, verá. Creo que usted no lo entiende.
No hay comentarios:
Publicar un comentario