Márquez tenía un cariño especial y sobrio por los
escaparates, un respeto reverencial. Recordó en voz alta y con clara intención
moralizante cómo pasaba de cristal a cristal cada navidad, dejándose llevar por
la luz y el sonido. Cómo los ojos se le llenaban de artificio y pomposidad
festiva. Aquella pared transparente separaba dos mundos bien distintos, pero lo
anhelado siempre solía estar en el otro lado y era una frontera que casi nunca
podía cruzarse. Aún así, Márquez comentó todo esto con la emoción contenida que
se da a un ambiguo recuerdo infantil. Y lo dijo porque, mientras bebíamos
cerveza sentados en el clásico tejado de pizarra de una casa que no nos
pertenecía, unos chavales la tomaron a pedradas con los escaparates de algunos
comercios de la calle, hasta que los hicieron saltar en pequeños pedazos.
Márquez se sintió terriblemente violento, pero resignado, y se limitó a comentar
que ya no se respetaba nada, y que eso era mucho peor que no respetar a nadie.
Sonaron las alarmas de algunos locales, pero solo la
hojarasca y el aire frío fueron a atenderlas. Los chiquillos salieron de entre
los cristales rotos cargando todo lo que podían abarcar sus brazos, desde
televisores a cajas de zapatos. No muy lejos, aún cerca de nuestra vista y de
nuestros oídos, la ciudad se dejaba quemar por todos sus costados. Pensé que
era como una adolescente incauta que va a al cine de verano sin una amiga o un
aguerrido escudero: cada cual tomaba su parte. El miedo finalmente había
desaparecido, y las personas eran libres. Más libres de lo que nunca habían
sido, y de lo que jamás había sido razonable ser. Nosotros lo vimos todo,
indecisos como antiguos electores perezosos: vimos volcar los coches patrulla,
derribar señales de tráfico, ocupar en masa sucursales bancarias, alzar
corbatas y chaquetas como estandartes, renegar de cualquier propiedad, incluida
la propia. Vimos a un mundo dejándose y quemando su último cartucho, porque ya
no quedaba ninguna autoridad por obedecer, y porque era improbable que fuera a
alzarse alguna mientras quedara alguna norma por quebrantar.
Las tejas crujían a nuestros pies, como una amenaza,
pero no nos importó. Recordamos ambos en silencio cómo empezó todo. Recordamos a
aquellos pioneros que, hacía meses – que se habían alargado como años -, se
negaron a volver a pagar peajes en las autopistas…
Fuiste llevándome por diferentes sensaciones, desde recordar un tango que habla de los escaparates y la niñez:
ResponderEliminar"De chiquilín te miraba de afuera
como esas cosas que nunca se alcanzan
la ñata contra el vidrio
en un azul de frío
que sólo fue después viviendo
igual al mío."
Hasta la opresión de un mundo que se derrumba cada vez un poco más:
"When the world is running down
You make the best of what's still around."
No es loco pensar que una negativa se convierta en estallido, habría que evaluar cuánto explosivo se ha acumulado en las almas de los ciudadanos.
Perdón, hoy estuve muy hablador.
Un abrazo, Enrique.
HD
Me gusta, me recuerda a cierto cómic que leí. Buena idea la del final.
ResponderEliminarNunca entendí la frase que decía: 'lo bueno, si breve, dos veces bueno' hasta que me encuentro con textos como este.
ResponderEliminarNada más, no puedo agregar nada más.
Saludos!
J.