Bobby, el
gemelo bueno, tenía del buen gusto – yankee - hasta el nombre, y cosas como
esas y las que siguen acaban garantizando un asiento mullido junto a San Pedro
si, además, se ha sido boy scout,
buen quarterback y se ha votado republicano.
Hay días, si allí se puede o se quiere hablar de
días, en los que a Bobby se le permite bajar durante poco tiempo a ver al gemelo malo, Frankie, que arde minuto a
minuto con estoica resignación, en parte testaruda, de niño tenebroso y
descarriado. Aguanta todo lo indecible y un poco más, mucho peor, dónde va a
parar, que lo que pasó en Iraq.
Aguanta todo, sí, pero con triunfal celo y terca
paciencia guarda un secreto que pasaron por alto hasta los grandes jueces. Por
rutina, suele decir Frankie.
Que, de niños, esos paquetes de tabaco escondidos en
la cajonera no eran suyos.
¿Cómo es que nadie ha comentado esto si es de lo mejor?
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