- ¡Inadmisible! ¡Inadmisible! – bramó la líder de la
oposición, con la energía que le era característica y amenazando con desconchar
la vieja pintura del techo - ¡Esto resulta sencillamente inadmisible! ¡El
Presidente ha perdido toda su legitimidad!
Golpes y retumbos en las bancadas del ala opositora
de la Cámara Alta de la Nación. La acusación era osada, incisiva, punzante, muy
propia de la cabeza de la oposición, que arropada por el apoyo de los suyos
dejó un gesto altanero para la televisión y los informativos. Dejó en el aire
sus alegatos, con su tiempo perfectamente calculado hasta el momento de la
última puntilla.
- Es axiomático – decenas de diputados de ambos
bandos hicieron rápidamente y casi al unísono una búsqueda del desconcertante
vocablo -. La Nación necesita ELECCIONES, y las necesita con urgencia. De lo
contrario amenazamos al país con una situación de ingobernabilidad severa.
Nuevos aplausos desde la bancada opositora, que se
veía ya dueña del debate. Era algo axiomático.
Definitivamente, pensaron decenas de diputados, esa palabra haría furor en el
informativo de la tarde. Axiomático.
El Palacio Presidencial estaba muy cerca.
La sensación de júbilo general en el ala de la
oposición no pareció hacer ninguna mella en el Vicepresidente, que al recibir
su turno de palabra se levantó de su escaño y aguardó unos segundos de cortesía
a que sus adversarios dejaran de comportarse como adolescentes que acaban de
descubrir una revista pornográfica. Tomó su micrófono, carraspeó y trató de
enderezar aquel revés. Sería duro y seguramente ingrato, no cabía duda. Pero
para algo era quien era.
- Señores diputados, señorías; no esperen que por mi
boca se les pueda llamar cuervos – risas cada vez a mayores en el ala del
partido del Gobierno -. En lugar de eso, me limitaré a decir que mi Partido y
mi Gobierno se encuentran en una muy sana posición para continuar con la
gobernanza y las riendas de la Nación, y por delicado que pueda ser el estado
del Presidente, de cuerpo aquí presente, puedo asegurarles que cuenta aún con
más dotes de liderazgo y buen gobierno que toda su plantilla.
Los aplausos que abrumaron a la Cámara vinieron ahora
del bando gubernamental, que encontró renovadas fuerzas en el discurso del
Vicepresidente, no tan enérgico como el de su adversaria, pero suficientemente
contundente como para poner los puntos sobre las íes en el imaginario colectivo
y la opinión pública.
Tal vez algo aún pudiera salvarse.
La líder opositora, sin esperar con demasiado rigor
la autorización de su turno, saltó del escaño y muy elocuentemente señaló con
ambos brazos extendidos al Presidente de la Nación. De cuerpo allí presente, no
cabía duda, pero tal vez solo eso, y era muy posible que el resto hubiera
volado lejos, porque hacía días que, tras interminables jornadas de agonía
política e indecisión médica, había fallecido, y nadie había tenido aún la
iniciativa de retirarle de su escaño. Al parecer, faltaban órdenes. Sus
órdenes.
- ¡Delicado, dice usted! – exclamó, como si todo el
mundo hubiera tenido que atrapar un sarcasmo involuntario - ¡Delicado estado
del Presidente!
El Vicepresidente volvió a carraspear, pero se ahorró
cualquier réplica. En el asiento anterior, la Ministra de Sanidad trató de
aparentar vida artificial dando algunos empujoncitos muy disimulados a su fenecido
Jefe de Gobierno. El torpe meneo del cuerpo del Presidente asustó a algunos
parlamentarios, especialmente de la oposición, pero su líder se mantuvo firme y
se preparó para el golpe final, el argumento más clarividente, la obviedad que
todos parecían haber pasado por alto.
- ¡Está claro que el Presidente ya no puede firmar
decretos!
Rumor de aprobación generalizada por toda la Cámara. Incluso
por algunos miembros del partido gubernamental. El Gobierno en funciones
tendría que declararse, de facto, acorralado.
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