Decidí darme un tiempo, uno solo, y sin saberlo al
parecer medí mal y me di de más. Lo supe cuando la lista de reclamaciones de
airados conciudadanos dio, como mandan los cánones, la vuelta y la manzana.
Medí fatal y no quedó tiempo para nadie, y todos se volvieron impuntuales, y no
quedó tiempo para decir “perdona” ni “hasta nunca”. Todos con el tiempo justo
para reclamarme mi avaricia, juro que totalmente inconsciente, aceptaría
incluso temeraria. Todos mirándome mal, de pasada, porque no pueden detenerse. Y
mientras vivo esperando un juicio por hurto mayor y apropiación temeraria para
el que – tiene guasa – parece que nunca hay tiempo.
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