Tobias Vieregg, al que le pudieron sobre su intensa
intelectualidad una presión arterial desmedida y carótida rota, nunca llegó a
extender demasiado sus célebres Anotaciones
de la Ira; o, más bien, las escribió mientras le aguantaron el cuerpo y la
salud.
Noruego oriundo de Sarpsborg, tuvo por padre a un
profesor de economía que tampoco vio venir la crisis y por madre a una total
desconocida, a la que parece ser que nunca añoró abiertamente pero que, sin
lugar a dudas, dejó en él una forma de ver la vida basada en la crispación y la
agresividad psicológica. Pero no se puede decir de Vieregg que fuera un hombre
violento, al menos no gratuitamente violento, y ni muchos menos peligroso. Era
importante en todos sus planteamientos sobre la cólera el concepto de justificación,
la idea de que la agresividad podía tener siempre su por qué, en las
condiciones adecuadas. Un concepto que llevó siempre con férrea convicción hasta
las últimas consecuencias; valga como ejemplo cuando, enfurecido por el mal
funcionamiento de un cajero automático, utilizó todo el mobiliario urbano que
estuvo a su alcance, y sus propios puños, para – como se justificaría después ante
las autoridades – “ponerlo en su lugar”. No pocos sociólogos coinciden en
señalar este hecho como icono y pistoletazo de salida de los boicots y ataques
a los bancos de esta década. No en vano, varios de los detenidos por asaltar,
dos meses después, una sucursal bancaria en Aarhus utilizando explosivos
incendiarios caseros afirmaron ante la prensa que, como Vieregg, “ponían las
cosas en su lugar”. Desde entonces Tobias Vieregg sigue siendo un estandarte de
la indignación y de la respuesta agresiva a lo que muchos denominan “tomaduras
de pelo sistemáticas”. Recientemente los tribunales italianos han decidido
retirar varias de sus obras, entre las que se encuentra la presente, por
considerarlas una incitación al
vandalismo. La decisión provocó que más de un centenar de manifestantes
acudieran a orinar sobre la fachada del Palazzo della Consulta de Roma.
Anotaciones de
la Ira, posiblemente su obra más representativa, aplaudida por unos y
aborrecida por otros, empieza en su misma primera línea con toda una
declaración de intenciones. Y es que este autor nunca fue amigo de hacer
esperar, ni de retrasarse a él mismo: “Como especie, queremos romperlo todo”. El
humanismo de Vieregg, directo y cruel, no hace prisioneros. La irritación y la
furia son indispensables en el comportamiento humano; las llama “válvulas de
supervivencia”. Sin ellas el hombre, demasiado contenido para ser tal, caería
en la locura y la psicosis. Las guerras y las agresiones entre iguales
equilibran un mundo desbalanceado por el ser humano. Ciertas consideraciones
hacia los individuos precisan de una respuesta necesariamente contundente.
“¿Qué es la vida?”, se preguntaba Vieregg en las Anotaciones. “Una excusa para la
violencia, que es inevitable. Y, ¿qué es el hombre? Frustración e ira bajo
carne y pelo”.
No cabe duda de que, fiel seguidor de sus propias
tesis, su carácter era difícil y en vida le granjeó no pocos enemigos, aunque
también algunos simpatizantes. Andrew Schmidt, de la Universidad de Ontario,
calificó a Vieregg de “bárbaro con una pluma”. El aludido agradeció estas
palabras “con la misma sinceridad con la que deseo sacarle los dientes” y prometió
acordarse de Schmidt siempre que fuera a defecar, “que, afortunadamente, es a
menudo”.
Se suele comentar que Anotaciones de la Ira se trata de un trabajo de autobiografía
soterrada. Hay que considerar errónea esta tesis; el “de la Ira”, y no el “sobre”
inexistente, es determinante para rebatirla. Valdría eliminar el “auto” y
considerar a Vieregg un biógrafo, un anotador talentoso y suspicaz, considerar
que la rabia misma se manifiesta y se expresa a través de él, como una
entrevistada, y que intenta escupirnos a la cara una verdad que a muchos nunca
dejará de parecerle incómoda y aborrecible: el hecho de que existan necesidades
recíprocas, entre los seres humanos y la ira, de existir y entenderse
mutuamente, de comprenderse como instrumentos mutuos sin los cuales todo es
servilismo y mansa aceptación. Un panorama sombrío para nuestros tiempos que,
afortunadamente, cabezas preclaras como las de Vieregg comprenden y asumen.
Las Anotaciones
de la Ira, aunque incompletas, constituyen un imprescindible manual para la
supervivencia y liberación de la especie, una doctrina que no distingue como
punto de partida entre el fuerte, el débil, el hermoso o el feo en su
llamamiento a que la sumisión, el pacifismo o la tolerancia son yugos
consecutivos e indeseables que destruyen la delgada línea entre individuos y
les privan de su orgullo y su dignidad. “Lo intolerable es una frontera
inmediatamente distinguible”, apuntó Vieregg, “que llama a una respuesta sin
necesidad de mesura. Lo intolerable no tiene por qué ser tolerado”.